Os recuerdo que está activa la votación para el libro que leeremos en la primera Lectura Conjunta que organizo desde el blog, junto con Mar de Libros and Stuff (aquí podéis ver los libros propuestos y votar el que prefiráis si queréis uniros).
El ladrón
El ladrón
∞·∞
El jet lag empezaba a pasarle factura. Nana llevaba sin dormir…bueno, demasiado tiempo. Había hecho un vuelo directo de Nueva York hasta París la noche anterior: aunque pareciera increíble, había salido a las tres de la tarde y había visto el amanecer en París tras un vuelo de ocho horas. El desajuste de no tener noche le pasaba factura, porque debería estar en la cama en ese momento, en lugar de anulando la reserva de su hotel y recogiendo sus maletas.
Chess y sus contactos habían determinado que su bola no había salido jamás de los Estados Unidos, por lo que iban a coger el primer vuelo de vuelta. Los dos juntos, después de que el ladrón intentase deshacerse de ella con una mentira que Nana había pillado al vuelo. Necesitaba dormir, pero se conformó con parpadear muy rápido cuando sentía que el sueño se le echaba encima.
Según sus cálculos, serían las once de la mañana hora local cuando el avión aterrizase. Y necesitaba desesperadamente dormir, sí, pero también recuperar su bola de cristal. Podía vivir sin unas cuantas horas de sueño, pero no sin su bola, así que se esforzó por sonsacarle a Chess lo máximo posible mientras llegaban al aeropuerto y buscaban su vuelo.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer cuando lleguemos?
—He convencido a una vieja amiga para que nos ayude.
—Ya. ¿A qué, exactamente?
—A encontrar tu baratija, por supuesto. Insisto en que deberías comprarte otra y dejar de lado todo este asunto.
—Tú limítate a hacer tu trabajo.
—¿Mi trabajo? Qué oigo, ¿acaso vas a pagarme, querida Nana?
—Ni lo sueñes. Si no te dedicaras a algo tan turbio no tendrías estos problemas. —Le costó reprimir un bostezo, y para que no se le cayeran los párpados se levantó de su asiento para comprobar la hora de embarque. —Será mejor que vayamos entrando, ladrón.
—Tengo nombre, ma chère sorcière.
—Por supuesto, gatito sonriente. Ahora vamos.
Chess se levantó rezongando. No llevaba equipaje, puesto que no había querido regresar a lo que Nana consideraba su apartamento. Todo lo que necesitaba estaba guardado en los bolsillos interiores de su ropa, y la bruja no tenía forma de saber que el lugar donde le había localizado no le pertenecía.
Ella llevaba una bonita maleta floreada, y a pesar de su altivez parecía que iba a caerse de sueño en cualquier momento. Tendría que dormirse antes o después, aunque Chess sospechaba que querría hacerlo en el avión, donde pudiera tenerle atrapado en una caja suspendida a miles de metros sobre el suelo.
Lo que Nana no parecía haber considerado era que, aunque un avión era sin duda una buena cárcel, los aeropuertos eran sitios bastante caóticos, y más a esa hora de la mañana. En su altivez, Nana iba tres pasos por delante de él, arrastrando su maleta. Fue insultantemente fácil rezagarse dos pasos más y confundirse con la multitud.
Se sonrió. En realidad, la bruja le daba un poco de pena, así que se las había arreglado para ponerla en contacto con una de las mejores espías que conocía. Había deslizado los datos de su contacto y el día y la hora de la reunión que había fijado por teléfono en el bolsillo de ella. Las búsquedas del tesoro no iban con él, y ya había hecho bastante por la pequeña bruja.
Dio media vuelta tras un grupo, y consiguió andar tres pasos antes de sentir el tirón. No se quedó exactamente petrificado, ni tampoco era una fuerza que tirase de él. Simplemente, el cuarto paso lo hizo girando, y antes de darse cuenta tenía de nuevo a la bruja en su campo de visión, mirándole a sólo dos metros de distancia.
—¿Pensando en huir? —le preguntó, con voz dulce.
—Claro que no. —Pero era mentira, y estaba claro que ella lo sabía. Malditas brujas y sus malditos conjuros.
—Bueno, como no me escuchaste la última vez, tampoco voy a repetirlo. Intentar largarte no servirá, Chess. No puedes huir de mí. Acabarás volviendo, una y otra vez, lo quieras o no.
—Pero no puedes impedirme intentarlo —respondió él, con una sonrisa radiante. Era cabezota, perseverante y bastante ingenioso. Al final se le ocurriría algo, aunque por lo visto tardaría un poco más de lo esperado en deshacerse de la bruja.
Ella frunció el ceño, pero finalmente se dio la vuelta y siguió caminando, con el ladrón dos pasos detrás. Nana sabía que era imposible librarse de un hechizo así tan fácilmente. Hacía falta magia, porque un hechizo de vinculación sólo desaparecía cuando la persona moría o cambiaba lo suficiente como para parecer alguien distinto a ojos del hechizo. Y romper un conjuro solía ser el doble de difícil que realizarlo, por lo que no quería ni pensar en el gasto de energía.
Chess estaba ligado a ella lo quisieran o no, hasta que cumpliese con su palabra y ella recuperase su bola de cristal. Sólo esperaba que no fuese tan estúpido como para hacerla dar palos de ciego de un lado a otro del globo, porque no pensaba consentir tonterías en cuanto hubiese descansado y sus niveles de energía volviesen a ser estables.
Al menos, esperaba poder dormir en el avión. No es que una lata metálica que volaba a treinta mil pies de altura fuese el lugar ideal, pero la verdad es que en ese momento la bruja se hubiera conformado con un pedazo de suelo en cualquier parte. Y el asiento acolchado del avión parecía tan blandito como una nube cuando apoyó la cabeza en el respaldo. Se dejó llevar cuando ni siquiera habían terminado de subir todos los pasajeros.
Chess estuvo a punto de intentar escapar en ese momento. Estaba sentado, mirando por la ventanilla el trajín que se traían los empleados metiendo las maletas en la barriga del avión. Fue a girarse, pensando que si conseguía mantener a la bruja despierta parte del viaje luego se quedaría dormida de pie, y así él podría escaparse. Y entonces la vio, acurrucada en el asiento como un gato, y completamente dormida.
Sí, tendría que pasar por encima de ella para salir, pero no era una hazaña difícil. Las puertas aún estaban abiertas, diría a la azafata que tenía una emergencia en casa y saldría tranquilamente sin que nadie lo detuviera. Era tan sencillo que hasta daba risa, pero por alguna razón no pudo hacerlo.
Se quedó allí sentado, mirando a la bruja casi sin pestañear. Tenía los ojos cerrados y unas ojeras violetas debajo de los párpados. Se le habían escapado un montón de rizos pelirrojos del recogido de horquillas, y ahora le cubrían parcialmente la cara, rozando sus pálidas mejillas. Chess tuvo que reconocer que estaba impresionado.
No se había parado a mirar realmente a la bruja. Sí, la había visto, claro. Pequeñita, con botas altas, vestido negro y chaqueta de cuero, era difícil pasarla por alto. También estaba ese aura de poder que la había hecho brillar como una antorcha de luz blanca. No, Nana McKenzie no era una mujer que pudiera ser pasada por alto, pero tampoco alguien a quien él hubiese tenido realmente en cuenta.
No se había fijado antes en lo delicada que parecía. Le habían engañado las botas de tacón alto y esas uñas incendiarias pintadas de rojo, pero así dormida en el asiento parecía pequeña y vulnerable. Chess suspiró. ‘Mierda’, se dijo. Ahora iba a tener que ayudarla.
Malditas brujas.
Blue
Blue
¡Hola guapa!
ResponderEliminarNos ha gustado mucho el capítulo, como todos los que hasta ahora has escrito :)
¡Ayyy! Estos se tienen que enamorar segurísimo ^^
Esperaremos la siguiente entrega con ansia :D
Mil besos ♥
~Librería Lunática
¡Hola! Me alegro mucho ^^ Jajaja, la verdad es que me está costando no enamorarme a mí!! Pero ya veremos por dónde evoluciona la cosa =)
EliminarMuchas gracias por comentar ^^