domingo, 5 de abril de 2015

El ladrón. Cap 3. III [Historias con Limón]

El ladrón
Capítulo 1. Cosas de brujas >I< >II< >III<
Capítulo 2. Enlazados >I< >II<
Capítulo 3. Chesire >I< >II<



No se había fijado antes en lo delicada que parecía. Le habían engañado las botas de tacón alto y esas uñas incendiarias pintadas de rojo, pero así dormida en el asiento parecía pequeña y vulnerable. Chess suspiró. ‘Mierda’, se dijo. Ahora iba a tener que ayudarla.



Malditas brujas.


∞·∞



En Nueva York, bien entrado ya el otoño, empezaba a hacer frío. Nana había dormido las ocho largas horas pasadas en el avión, y suponía que Chess se había echado también una siesta por la forma en que parpadeaba.



—Y bien, ¿a dónde vamos? —Le preguntó, más por mantenerse despierta que porque en ese momento le interesara.

—Podemos dejar la maleta en tu casa, si quieres. Y luego, tenemos varias opciones. Todo depende de si tienes o no ganas de conducir.

—¿Qué? ¿Para qué?

—Nos vamos a Florida, chérie. ¿No te lo dije?

—¡Claro que no! ¿A Florida? ¿Planeas tenerme dando tumbos por todo el país hasta que me aburra de ti y te convierta en un sapo?

Para su eterna frustración, Chess se echó a reír. Había algo diferente en él desde que se habían bajado del avión, pero Nana no sabía concretar qué era exactamente. Aunque parte de su poder había vuelto después de la siesta, necesitaría unos cuantos días, comer bien y dormir ocho horas nocturnas para volver a estar al máximo. Y la cabreaba mucho saber que se estaba perdiendo algo.

—Vamos, encanto, Florida. Playa, un poco de calor ahora que viene el frío. No está tan lejos.

—¿Que no está tan lejos? ¡Vamos a tener que coger un avión! ¿Cuánto dinero crees que tengo?

—Vamos, vamos, podemos ir en coche.

—No tengo coche.

—Bueno, yo sí. Deja de gritar, chérie. ¿No querías tu bola?

—Como no encontremos mi bola en Florida, voy a…

—Ah, pero será una experiencia maravillosa que algún día contarás a tus nietos.

Nana gruñó, dejando bien claro lo que opinaba sobre el tema. ¿Para qué demonios habían cogido un avión hasta Nueva York si iban a Florida? Por centésima vez, Nana se preguntó si el ladrón no estaría engañándola, pero el fino hilo del hechizo que le ataba a ella era sólido y sincero. Chess no podía engañarla, no de forma consciente.

—¿Qué demonios estamos haciendo entonces en Nueva York?

—¿Acaso me preguntaste, encanto, antes de comprar los billetes de avión?

—Aún estoy esperando un agradecimiento por pagar el tuyo.

—Qué menos que eso, si me obligas a acompañarte. Además, a partir de aquí el transporte lo pongo yo —y le guiñó un ojo mientras paraba un taxi y le abría la puerta con una floritura.

—Ya.



El coche era de un rojo tan intenso que casi brillaba. Tenía los cristales perfectamente limpios y unas llantas plateadas en forma de estrella. Nana no tenía ni la más remota idea sobre coches, pero aquel en concreto tenía que haber costado más dinero del que ella había tenido en toda su vida –y eso que las brujas estaban bien pagadas-. Ser ladrón debía ser un negocio rentable, si Chess podía permitirse tener ese coche.

El interior era más espacioso de lo que parecía desde fuera, y los asientos tan cómodos que Nana sintió relajarse la tensión en su interior mientras el ladrón arrancaba. Nunca le habían gustado los coches, a sus sentidos de bruja les alteraba la ligera vibración que sentía a su alrededor y, aunque jamás se lo había dicho a nadie, tenía un pánico absurdo a estrellarse.

Tres minutos después, con Chess al volante, Nana sintió que su pánico estaba justificado después de todo. La relajación de la bruja se fue al traste tras tomar la primera curva, y casi quiso gritar al ladrón que activase los controles de velocidad del coche. Chess conducía como un loco con prisas. Adelantaba casi sin mirar y hacía que el coche se escurriese entre los huecos más insospechados mientras zigzagueaba entre el tráfico.

Nana quería gritarle, pero tenía más miedo de distraerle que de que su conducción temeraria les hiciese tener un accidente. Incluso la ligerísima vibración del coche, que siempre la había molestado, dejó de importar mientras ligaba sus reservas de energía para poder actuar con rapidez ante cualquier emergencia.

Salieron de la ciudad sin incidentes, salvo que la tensión que se palpaba en el interior del coche contase como uno. Nana tenía los nudillos blancos de agarrar el borde del asiento, y no se relajó un poco hasta que llegaron a la autopista y vio a Chess pulsar los controles de velocidad y dirección.

—Y dime, querida Nana, ¿por qué es tan importante esa bola tuya?

—¡¿Qué por qué…?!— Se calló, y su siguiente palabra fue un gruñido. Tal vez no habría reaccionado tan mal si él condujese como un ser humano, pero en ese momento le habría encantado poder bajarse del coche y no verle nunca más—. Lo único que tiene que preocuparte es cómo vas a recuperarla. —Dijo, respirando hondo.

—Vamos, intento que nos conozcamos mejor. Ya sabes, ahora somos compañeros —se volvió, guiñándole un ojo. —Tenemos que…

—¡No quites la vista de la carretera!

Él se sobresaltó, y luego estalló en carcajadas.

—Vamos, ¿en serio? Los controles están activados. Además, podría conducir por esta carretera con los ojos cerrados y sin manos. —Dijo, mirándola y aun riéndose.

—Si quieres matarte, ¡hazlo cuando yo no vaya en el coche!

—Oh vamos, ¿de verdad? ¿Te dan miedo los coches? ¿A una bruja?

—¡Por supuesto que no, imbécil! —Antes muerta que reconocerle una debilidad, eso seguro; mucho menos después de la forma en que hizo que la palabra bruja sonase como un insulto.

—Llevas todo el viaje más tensa que una cuerda de guitarra, encanto.

—¡Si no condujeses como un jodido loco, no estaría tensa!

—Qué poca confianza —dijo, haciéndose el ofendido. Llevaba cuarenta segundos sin mirar hacia delante, y Nana no podía quitar los ojos de la extensión de carretera que se abría ante ellos.

—¡Que mires a la carretera!

—Vamos, chérie, es imposible estrellarse con los controles activados. —Puso una voz de lo más agradable, como si fuese una niña especialmente corta de entendederas—. Lo sabes, ¿no? Tecnología moderna. Si hay un obstáculo, el coche se para, encanto. ¿Ves? No hay peligro alguno. Y tampoco es que haya muchos coches a la vista contra los que podamos estrellarnos.

Chess sonrió, encantador en su seguridad. Luego, negó con la cabeza y volvió a reírse, mascullando algo en francés. Nana sintió cómo la ira sustituía el pánico. La energía que había recuperado en su siesta se hizo un remolino en su interior, y el dorado de sus ojos empezó a chispear.

Estaba a punto de hacer algo de lo que se habría arrepentido mucho –porque el gasto de energía la habría dejado inconsciente-. Casi fue una suerte que, en ese preciso instante, la rueda trasera del coche reventase con un estallido.

—¡Mierda!

Chess gritó e, incongruentemente, su primera reacción no fue frenar, sino mirar hacia atrás. El coche empezó a perder velocidad cuando el sistema detectó una emergencia, pero en ese momento Chess volvió a mirar al frente soltando una cantidad increíble de insultos en francés.

Y, contra toda lógica, el ladrón desactivó todos los controles con un movimiento apresurado, cogió con fuerza el volante y el cuentakilómetros de salpicadero se disparó. Nana quiso gritar, pero se había quedado muda. Al menos, hasta que el ladrón atravesó tres carriles sin mirar para coger una salida.

—¡Chess! ¡Frena, joder! ¡¿Qué demonios…?!

—¡Calla y agáchate!

Un impacto resonó en el maletero, y otro más hizo añicos el cristal trasero del coche, cuyo sonido la hizo gritar otra vez.

—¡Nos falta una rueda!

—¡Te he dicho que te agaches!

—¡Para que quieres que…!

El resto de la frase se perdió con el estallido de una de las ventanillas de atrás. Nana se giró, alarmada, y fue entonces cuando su cerebro asoció los golpes en la carrocería con el estruendo de las balas.

—¡¿Qué demonios?!

—¡Nana, joder!

—¿Nos están disparando? —preguntó la bruja, tan aturdida que se había olvidado de que doblaban la velocidad máxima permitida, conduciendo con una rueda pinchada mientras tomaban en el último segundo una salida de la autopista.

—¡No, nos tiran caramelos! ¡¿Quieres agacharte de una jodida vez?!

—¿Por qué nos…? ¡Chess!

El coche dobló a la derecha en el siguiente desvío con un giro tan brusco que Nana pensó que iban a matarse. Salieron de la carretera a toda velocidad, entrando en la calle principal del pueblo con el chirrido de las ruedas frenando y un giro demasiado cerrado. El precioso coche rojo, con dos ventanas ya destrozadas, derrapó y finalmente volcó.


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