La bruja le miró, y él vio el desconcierto en sus ojos. Pasó la vista de su taza de café, que aún sostenía en las manos, a él. Lo último de lo que Chess fue consciente fue de que ella había relacionado los hechos –el café drogado que había bebido con el hecho de que él estuviese perdiendo la conciencia-, pero a continuación se sintió caer, y caer, y la negrura le recibió al fondo.
Sentada en su silla, con el ladrón desplomado sobre la mesa, Nana no daba crédito a sus ojos. Eso, por bajar la guardia, se dijo. Claro que no había esperado que él fuera a dar el paso tan pronto. Desde luego, no cuando apenas había pasado media hora desde que había dejado salir su poder como un vendaval para hechizarle.
Se sentía a partes iguales eufórica e irritada. El hechizo había funcionado mil veces mejor de lo esperado, la verdad, porque estaba claro que la droga estaba en el café de ella. Iba a tener que decirle unas palabras a la encantadora señorita que les había servido, con la que estaba claro que el ladrón estaba compinchado. ¿Cómo se le ocurría? ¿Es que se pensaba que podía drogarla y escapar de ella de una pieza? ¿Quién se había creído que era?
Con una paciencia infinita y algo intimidante, Nana se levantó de su asiento y taconeó con fuerza hasta el mostrador. Recurrió a su mejor sonrisa alegre para decirle a la camarera que iba a necesitar otro café. Uno sin somníferos, por favor. La chica tragó saliva de forma audible, y echó un vistazo rápido a su mesa antes de servirla.
Paciencia, se dijo Nana mientras se sentaba de nuevo, aunque no pudo evitar que sus uñas repiqueteasen sobre la mesa. Se preguntaba cuánto tiempo iba a necesitar el ladrón para volver en sí. Tal vez podría haberle ayudado, una pequeña descarga de poder para liberar su cuerpo de los efectos del somnífero, pero estaba bajo mínimos. No se había dado cuenta de que se estaba empleando demasiado en el hechizo de enlace, y ahora su poder era equiparable al de un ratón, y necesitaría unos cuantos días y bastante azúcar para volver a estar en forma.
El ladrón sólo necesitó ocho minutos y diecisiete segundos para empezar a recobrarse. Muy a su pesar, Nana se sintió impresionada por la rapidez con la que el hombre se despejó: sólo necesitó un parpadeo y una sacudida de la cabeza para ponerse en situación. Y había que apreciar la franqueza de su mirada, por muy cabreada que ella estuviera.
—Bueno, no puedes reprocharme que lo intentara, encanto —fueron sus primeras palabras.
—Será mejor que aclaremos algo ahora, Chess. —Tenía que resolver aquello ya, se dijo, o pasaría el día vigilándole con mil ojos. Incluso recurrió a su mejor sonrisa, para que él no pensase que le amenazaba. —Verás, por si no lo has notado, soy una bruja.
—Interesante observación.
—Y, aunque no parece que lo sepas, hacer un juramento a una bruja puede ser vinculante —añadió, sonriendo con dulzura. Había que reconocer que era difícil ponerle nervioso, al menos, porque estaba recostado contra su asiento como si no hablasen de nada más trascendental que el tiempo.
—Sí, empiezo a darme cuenta.
—Sólo para que quede claro. No puedes herirme, drogarme o engañarme. Cualquier cosa que me hagas se volverá en tu contra, como este truquito tuyo de los somníferos. Si pretendes engañarme, lo sabré. Si intentas clavarme un cuchillo por la espalda…bueno, yo que tú no lo intentaría. ¿Ha quedado claro?
—Como el agua. Soy un ladrón, mi querida Nana. Tenía que probar.
—Estás avisado.
Por toda respuesta, él le devolvió una sonrisa y dejó un billete sobre la mesa. No parecía impresionado. Ni alterado. A decir verdad, no parecía que aquella revelación o su pequeña siesta le hubiesen afectado lo más mínimo, porque sonreía exactamente igual que lo había hecho mientras desayunaba.
La bruja no conocía de nada a Chess. No podía saber que era un tipo perseverante. Que lo de rendirse no iba con él. Y que no tenía inconveniente en probar un centenar de formas de librarse de ella hasta dar con la correcta. En el tiempo que le llevó sacar el dinero y dejarlo sobre la mesa, el ladrón calculó las probabilidades de éxito que tenía emprender otro intento tan pronto.
Por un lado, ella no se lo esperaría, como no se había esperado lo del somnífero –ya había que ser ingenua, desde luego-. Por otro…bueno, ya la había visto enfadada. No era una experiencia que quisiera repetir si podía evitarlo, y estaba bastante seguro de que ella estaba al límite de su paciencia, si es que no la había rebasado ya.
Barajó las dos opciones en los segundos que le llevó cruzar la estancia hasta la puerta. La abrió de par en par, y en el último instante se decidió a dejarla salir primero. Le seguiría un poco el juego, se dijo. La brujita no iba a poder estar pegada a sus talones todo el tiempo, por lo que sería bastante sencillo librarse de ella esa misma noche o al día siguiente.
—Y bien, ladrón con recursos. ¿Ahora qué? Aún estoy esperando que me digas a quién vendiste mi bola.
Ah, sí, estaba muy cabreada. Chess tuvo que recurrir a su mejor sonrisa para aplacar los ánimos, y ni aun así estaba muy seguro de conseguir algo. La maldita mujer era como una bomba de relojería, dispuesta a estallar a la más mínima e inocente provocación.
—Bueno, tendremos que ir a hacer preguntas.
—Preguntas. Maravilloso.
—Conozco a un par de tipos en los bajos fondos. Tal vez sepan quién estaría interesado en comprar una bola de cristal.
—Y tal vez tú deberías empezar a pensar en no hacer negocios con desconocidos.
—Sí, señora.
∞·∞
Los tipos de los bajos fondos no parecían en absoluto barriobajeros. Nana se había preguntado si el ladrón no estaba intentando librarse de ella a fuerza de darle decepciones, pero no pensaba despegarse de él tan fácilmente. El primer sitio al que la llevó estaba cerrado a cal y canto, y en la desgastada puerta de entrada se leía “Reparación de aparatos electrónicos”.
El segundo local era una librería, y Nana no entendió absolutamente nada de lo que Chess le dijo a la chica que había tras el mostrador, que acabó echándoles con cajas destempladas. Habría podido intentar un sencillo hechizo de traducción, pero sus fuerzas estaban en las últimas, y cualquier esfuerzo extra podía dejarla inconsciente durante algunas horas. Tendría que fiarse del ladrón, aunque era algo que jamás habría hecho de no ser por el hechizo de enlace que hacía que él no pudiese engañarla, abandonarla o incapacitarla de ninguna manera.
Les costó dos horas, recorrer la mitad de París y cinco intentos infructuosos en tiendas de toda índole hasta que al fin Chess anunció que tenía algo. No era mucho, le dijo a Nana, quien quiso estrangularlo por no contarle de inmediato qué sabía de su bola, pero al menos tenían por dónde empezar.
Y, al parecer, tenían que empezar por un café bien cargado y una llamada de teléfono. No entender nada estaba empezando a poner a Nana muy nerviosa, y cuando el ladrón por fin colgó el teléfono ella le esperaba a dos pasos de distancia, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido.
—¿Y bien?
—Relájate, mi querida Nana, vamos por buen camino.
—Para lo que yo sé de ese camino, puedes estar mintiéndome descaradamente —eso no era exactamente cierto, pero él no tenía por qué saber que olería sus mentiras. —¿Qué es lo que has averiguado?
—Vamos a sentarnos y te lo contaré.
Blue
¡Hola guapísima!
ResponderEliminarYa estamos de nuevo por aquí, estamos enganchadisimas a esta novela. No sabemos las veces que te lo hemos dicho pero te lo repetimos, nos encanta como escriben y los personajes además se ven muy interesantes :)
Esperamos con ganas la siguiente parte del capítulo ^^
Besos ♥
-Librería Lunática
¡Hola! Muchas gracias, me alegro mucho de que os esté gustando ^^ La verdad es que no la tengo muy planeada, es una de esas historias que va surgiendo, y nunca había escrito algo de esa manera asique estoy muy contenta ^^
EliminarSaludos!