sábado, 6 de diciembre de 2014

El ladrón. Prólogo [Historias Originales]


Prólogo

El ladrón

Cuando la tormenta arreciaba, Nueva York se convertía en la ciudad de las brujas. Las calles y su luz artificial quedaban engullidas por la oscura cortina de lluvia, y los relámpagos iluminaban apenas una fracción de segundo en los callejones, haciendo que inocuos montones de basura pareciesen los más aterradores monstruos.

No obstante, a pesar de los truenos y la oscuridad, había muchas brujas dormidas en Nueva York. Nana llevaba viviendo en la ciudad el tiempo suficiente para ignorar todos los ruidos de la misma, y por eso se sintió aturdida cuando se despertó a la vez que oía el retumbar de la lluvia sobre el tejado.

Se dio la vuelta sobre la cama, pensando en dormirse de nuevo, pero tenía la mente demasiado despejada para conseguirlo en un segundo. Se giró para mirar el techo, y apenas unos segundos después apartó las mantas de una patada y salió de la cama con un bostezo, pensando que una rápida visita al baño y un vaso de agua la ayudarían a conciliar de nuevo el sueño.

Nana McKenzie no había sido nunca una bruja al uso. Le gustaba vestir minifaldas y botas con tacón de infarto, y pintarse los ojos muy negros y los párpados ahumados. Tenía una nariz pequeña y respingona y el aspecto de alguien al menos cinco años más joven. Acentuado por un pijama de conejitos de color rosa, que lucía sin vergüenza alguna cuando nadie podía verla.

Se sentía cómoda en su casa, en el último piso de un edificio en el centro de Nueva York. Podía recorrerla sin encender una sola luz, pasar al baño sin hacer mucho ruido y beber agua en la cocina abierta sin golpearse los pies descalzos con ningún mueble. Podría haber vuelto a su habitación incluso dormida, pero mientras recorría el pasillo un escalofrío le bajó por la columna, deshaciendo su adormilamiento.

Echó un vistazo a su espalda, hacia el salón y la cocina abierta, y se retiró el pelo rizado de la cara con un movimiento fluido. Había sido bruja el tiempo suficiente –toda la vida, en realidad- como para saber que no podía descartar sin más un presentimiento, así que se dio media vuelta y revisó el salón, la cocina y el cuarto de baño antes de volver al pasillo.

La casa tenía tres habitaciones. La primera de ellas, donde dormían sus amigos y a veces sus padres, estaba vacía, aunque se oía el azote de la lluvia sobre la ventana. La segunda era la suya propia, con su ropa tirada por todas partes y las mantas revueltas sobre la cama, iluminada ligeramente por la lucecita del teléfono cargándose.

La última habitación era su despacho –aunque más pareciera un laboratorio-. Tuvo que tirar de la cadena de su cuello y sacar la pequeña llave que abría la puerta para entrar. Estaba tan revuelto como siempre, con estanterías llenas de piedras y objetos inciertos, botes cerrados de cristal llenos de líquidos de colores y plantas colgadas del techo y puestas a secar.

No había nada en aquel cuarto que no debiese estar allí, salvo la ventana abierta de par en par por la que entraba la lluvia a raudales. Todos los papeles habían sido arrojados contra la pared opuesta por el vendaval, y Nana chasqueó la lengua pensando en cuánto de su trabajo se habría tragado la tormenta porque se había descuidado y no había asegurado la ventana.

Con un agradecimiento silencioso a su sexto sentido, dio otro repaso a la habitación para asegurarse de que no hubiera nada roto mientras se acercaba hacia la ventana. La luz del relámpago entró de forma inesperada, y convirtió la sala en un sueño de blanco cegador. Nana no habría percibido el movimiento junto a la ventana de no haber estado mirando justo hacia ese punto.

La figura tardó una fracción de segundo en moverse, amparada por la dolorosa luz del rayo. Se encaramó a la ventana en el instante exacto en que volvía la oscuridad, y Nana jamás habría podido distinguir sus rasgos de no haber sido lo que era, porque su mirada no necesitó ningún segundo extra para acomodarse al bajo nivel de luz.

Tampoco habría podido reconocer al ladrón, de no haberse éste dado la vuelta apenas un instante. Con el viento de cara, el pelo revuelto y una sonrisa ardiente que casi parecía decir “vamos a jugar”.

Nana gritó, y se arrojó de un salto contra la ventana, pero era demasiado tarde. El ladrón había conseguido deslizarse hacia afuera, y la lluvia se lo tragó en el mismo momento en que sus pies se separaron del marco de la ventana abierta.


Blue

2 comentarios:

  1. ¡Hola guapetona!
    Me gusta el nombre de la chica :) Quiero saber quien es el ladrón jijij ^^ Me ha gustado mucho, de verdad :D
    Y espero con muchas ganas la continuación (creo que me quedaré sin uñas) ^^
    Besos ♥
    ~Yvaine

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    Respuestas
    1. ¡Hola! Me alegro mucho que te haga gustado ^^, hace muchísimo que ladie lee lo que escribo y me hace mucha ilusión saber la opinión de la gente (y me pone de los nervios, también u.u). Muchas gracias por comentar, intentaré publicar cada 10 o 15 días a ver que tal va la cosa ^^

      Saludos!

      Eliminar

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