El ladrón
Cuando la tormenta arreciaba, Nueva York se
convertía en la ciudad de las brujas. Las calles y su luz artificial quedaban
engullidas por la oscura cortina de lluvia, y los relámpagos iluminaban apenas
una fracción de segundo en los callejones, haciendo que inocuos montones de
basura pareciesen los más aterradores monstruos.
No obstante, a pesar de los truenos y la
oscuridad, había muchas brujas dormidas en Nueva York. Nana llevaba viviendo en
la ciudad el tiempo suficiente para ignorar todos los ruidos de la misma, y por
eso se sintió aturdida cuando se despertó a la vez que oía el retumbar de la
lluvia sobre el tejado.
Se dio la vuelta sobre la cama, pensando en
dormirse de nuevo, pero tenía la mente demasiado despejada para conseguirlo en
un segundo. Se giró para mirar el techo, y apenas unos segundos después apartó
las mantas de una patada y salió de la cama con un bostezo, pensando que una
rápida visita al baño y un vaso de agua la ayudarían a conciliar de nuevo el
sueño.
Nana McKenzie no había sido nunca una bruja al
uso. Le gustaba vestir minifaldas y botas con tacón de infarto, y pintarse los
ojos muy negros y los párpados ahumados. Tenía una nariz pequeña y respingona y
el aspecto de alguien al menos cinco años más joven. Acentuado por un pijama de
conejitos de color rosa, que lucía sin vergüenza alguna cuando nadie podía
verla.
Se sentía cómoda en su casa, en el último piso de
un edificio en el centro de Nueva York. Podía recorrerla sin encender una sola
luz, pasar al baño sin hacer mucho ruido y beber agua en la cocina abierta sin
golpearse los pies descalzos con ningún mueble. Podría haber vuelto a su
habitación incluso dormida, pero mientras recorría el pasillo un escalofrío le
bajó por la columna, deshaciendo su adormilamiento.
Echó un vistazo a su espalda, hacia el salón y la
cocina abierta, y se retiró el pelo rizado de la cara con un movimiento fluido.
Había sido bruja el tiempo suficiente –toda la vida, en realidad- como para
saber que no podía descartar sin más un presentimiento, así que se dio media
vuelta y revisó el salón, la cocina y el cuarto de baño antes de volver al
pasillo.
La casa tenía tres habitaciones. La primera de
ellas, donde dormían sus amigos y a veces sus padres, estaba vacía, aunque se
oía el azote de la lluvia sobre la ventana. La segunda era la suya propia, con
su ropa tirada por todas partes y las mantas revueltas sobre la cama, iluminada
ligeramente por la lucecita del teléfono cargándose.
La última habitación era su despacho –aunque más
pareciera un laboratorio-. Tuvo que tirar de la cadena de su cuello y sacar la
pequeña llave que abría la puerta para entrar. Estaba tan revuelto como
siempre, con estanterías llenas de piedras y objetos inciertos, botes cerrados
de cristal llenos de líquidos de colores y plantas colgadas del techo y puestas
a secar.
No había nada en aquel cuarto que no debiese estar
allí, salvo la ventana abierta de par en par por la que entraba la lluvia a
raudales. Todos los papeles habían sido arrojados contra la pared opuesta por el
vendaval, y Nana chasqueó la lengua pensando en cuánto de su trabajo se habría
tragado la tormenta porque se había descuidado y no había asegurado la ventana.
Con un agradecimiento silencioso a su sexto
sentido, dio otro repaso a la habitación para asegurarse de que no hubiera nada
roto mientras se acercaba hacia la ventana. La luz del relámpago entró de forma
inesperada, y convirtió la sala en un sueño de blanco cegador. Nana no habría
percibido el movimiento junto a la ventana de no haber estado mirando justo
hacia ese punto.
La figura tardó una fracción de segundo en
moverse, amparada por la dolorosa luz del rayo. Se encaramó a la ventana en el
instante exacto en que volvía la oscuridad, y Nana jamás habría podido
distinguir sus rasgos de no haber sido lo que era, porque su mirada no necesitó
ningún segundo extra para acomodarse al bajo nivel de luz.
Tampoco habría podido reconocer al
ladrón, de no haberse éste dado la vuelta apenas un instante. Con el viento de
cara, el pelo revuelto y una sonrisa ardiente que casi parecía decir “vamos a jugar”.
Nana gritó, y se arrojó de un salto
contra la ventana, pero era demasiado tarde. El ladrón había conseguido
deslizarse hacia afuera, y la lluvia se lo tragó en el mismo momento en que sus
pies se separaron del marco de la ventana abierta.
Blue
¡Hola guapetona!
ResponderEliminarMe gusta el nombre de la chica :) Quiero saber quien es el ladrón jijij ^^ Me ha gustado mucho, de verdad :D
Y espero con muchas ganas la continuación (creo que me quedaré sin uñas) ^^
Besos ♥
~Yvaine
¡Hola! Me alegro mucho que te haga gustado ^^, hace muchísimo que ladie lee lo que escribo y me hace mucha ilusión saber la opinión de la gente (y me pone de los nervios, también u.u). Muchas gracias por comentar, intentaré publicar cada 10 o 15 días a ver que tal va la cosa ^^
EliminarSaludos!